Me ahoga el tiempo. Vivo sobre plazos y cada día se cumple uno. Trabajos, tareas, ponencias, lecturas, exámenes, reuniones, eventos, clases y más… siempre con un horario o fecha límite. Lo mejor es que el tiempo aparece en escena no sólo para guiarme, sino que se vuelve motivo de reflexión. Ha sido tema recurrente en clases, ¡sí!, ya muchos han hablado de él y la forma en que se incorpora a lo real. Si es lineal, circular o quién sabe qué sea. El culpable o mejor dicho el que nos hace humanos (y yo que siento perder mi humanidad por él). Incomprensible a quién se le ocurrió medir el tiempo y más cómo llegaron a que debemos dormir ocho horas (¡imposible! si de lo que se trata es cumplir con el horario).Por cierto, no encuentro ningún beneficio en el cambio de horario, mi día sigue teniendo 24 horas laborables y con más luz solar o sin ella hay que hacer lo mismo.
En estos días mi agenda se ha saturado, no es la única, pero me recuerda que cada año (el gran plazo de 365 días que parece nadie cuestionar) insisto en comprar una de tamaño bolsillo para pensar que así de pequeño es el guión que debo seguir, pero se llena tanto que termina invirtiéndose y tragándome. Pero, como dice el refrán: No hay fecha que no se cumpla, plazo que no se venza ni deuda que no se pague. Pronto acabará el semestre.