Sabido es que en los eventos académicos la posibilidad de diálogo queda mermada por la presunción de ser los únicos que entendemos lo que sucede en nuestro trabajo. Me queda claro que yo la tengo aún más difícil, pues he optado por servir a dos amos y como dicen, con alguno o ambos siempre se queda mal. Esto no se debe al trabajo que uno realiza sino a cierta exclusividad por lo que se construyen muros de una supuesta especificidad.
La pedagogía y la filosofía comparten desde siempre una extraña relación, no desconocida pero sí desvalorizada. Tengo el gusto (no sé si la habilidad) de servir a ambas. Intento formar parte de esos intersticios en los que ambas se tocan y que son, en sobradas ocasiones, tierra de nadie.
Sin embargo, haciendo lo que todo estudiante debe hacer (léase preparar ponencias para congresos) presenté a finales del año pasado un pequeño trabajo en el que pongo de manifiesto la relación que existe entre la hermenéutica y la pedagogía y la que creo puede haber entre ellas. El primer congreso fue de pedagogía y el segundo de filosofía, ambos dieron acogidas distintas a mi trabajo.
Mi mayor miedo era someterlo a los filósofos, pues creía que despreciarían todo aquello que huele a foamy (al no tomar con seriedad a la pedagogía). Pero también sentía que mi punto débil era la propia hermenéutica por lo que frente a expertos tendría que aventarme por la borda. Tenía más confianza de hablar del tema con mis ya antiguos colegas. Algo me hacía suponer que podía ser interesante para los pedagogos enterarse de una veta de investigación que tiene mucho que decirnos sobre nuestra disciplina. ¿Cuál fue mi sorpresa?
En el congreso de pedagogía los trabajos que se presentaron fueron por mucho alejados a mis pretensiones. El enfoque filosófico, o por decir algo, teórico (que sigo sin saber qué es), fue nulo y se me acusó –enmascaradamente– de ser de la gente que relega los problemas urgentes de la práctica por “chaquetas mentales” que de nada sirven. En ese momento quise renegar de mi gremio y me cuestione fuertemente si tenían razón, siendo yo a fin de cuentas la que nunca comprendió qué hacer ahí. A pesar de esto, volví la mirada a mi proceso de formación, recuerdo que, aunque en escasamente, sí tenía lugar el pensar del modo en que lo hago teóricamente.
Diferente pasó en el congreso de filosofía. La cuestión de la hermenéutica si bien puede desmarcarse de la filosofía y la pedagogía, ambas en la articulación pretendida recibieron retroalimentación. Los hermeneutas se mostraron interesados en aquello que de pedagogía pude hablarles, más allá de si hacía uso o no de sus herramientas, aunque sigue prevaleciendo una noción pre-reflexiva de la pedagogía que no compatibiliza con mi forma de comprenderla.
Sigo siendo y seré indefinidamente pedagoga, de esas extrañas que no se dedican a la planeación, capacitación, didáctica, gestión, etc., (como si la investigación y la docencia no requirieran nada de eso). Pero también seguiré formándome en filosofía. Dos cosas que trato de abordar conjuntamente y que me hace, hasta ahora, no encontrar una comunidad académica que de pronto pueda voltear la mirada y decirme algo de lo que hago. Unos por desprecio, otros por no comprender una parte(o filosofía o pedagogía) y otros por desinterés.
Espero que esto cambie pronto...
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